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viernes, 7 de septiembre de 2012

Que soy zapatero...

Hoy es viernes y los sueños brillan más...

El frío se colaba por las calzonas hasta que llegaba a la espalda y ponía toda la piel de gallina, enero era frío, pero en la mesa de madre no había comida y mis hermanos no merecían pasar hambre y nos tocaba ir a ganar dinero. Recorrimos más de 10 kilómetros para llegar hasta Hervás, la mañana había llegado hacía rato pero aún así no calentaba el sol. Hervás era especial para nosotros, yo había nacido allí, mis padres eran conocidos por la gente del pueblo y también había familia que vivía allí. Por eso nos instalamos en la plaza del pueblo con la mesa y los tratos para reparar los zapatos de los vecinos.


Rápidamente nuestra mesa se llenaba con las botas de los viejos pastores, los cinturones, los zapatos de los niños... siempre teníamos mucha faena y cuando padre llegaba al pueblo la gente se alegraba y sacaba sus cosas para reparar. Yo era pequeño pero espabilado y me gustaba imaginar la vida de los dueños de cada par de zapatos. Algunos eran toscas botas remendadas una y otra vez, otros eran finos zapatos de señora con bonitos tintes y finos cordones, sea cual sea todos tenían su historia, porque cada zapato era una vida, un camino, cada suela desgastada era un año que pasaba con una ilusión a cuestas, o un sueño que se iba.


Cuando la gente no tenía dinero para pagar nos daban comida, y padre me mandaba rápidamente ir a casa de tal o cual a por aceite, a por garbanzos, quizás un queso, algo de chorizo... pero eso no nos servía para llevarle a madre.
Hacía muchisimo frío en la calle y a veces algún vecino nos prestaba un bajo para meternos allí a hacer la labor y también para poder dormir, con suerte a veces había colchones y si no, me acurrucaba en la zamarra y me buscaba algún rincón. No tenía lástima de mi, no era un problema trabajar, me dolía más la indiferencia de padre hacía mi valía en el trabajo que el hambre que azuzaba mi estomago como un cuchillo clavado. Sentía pena cuando veía a madre con todos esos niños que pedían comer. Y ella con sus ojos negros brillantes negaba resignada mientras acunaba a su último retoño famélico. Eso era dolor.


Pensaba que me gustaría hacerme mayor para ganar dinero, para comprar comida o para tener una casa en condiciones y soñaba con irme allá donde me quisieran, allá donde sirviera para algo. Y así lo hice, cogí la bicicleta  y me fui escondido en la perrera, del tren que iba hacia Oviedo. Yo no sé cuantas vueltas dí, no sé cuántos caminos cogí, ni en cuantas cunetas pasé noches enteras comiendo naranjas que robaba de los campos... no tenía frío, solo ganas de ser yo.  Sabía que padre necesitaba que lo ayudara pero estoy seguro de que muy en el fondo creía que estaba haciendo bien, que la buena gente tiene el camino marcado.


Viajé, viví, experimenté, soñé, reí, lloré... ¿dónde quedaron los zapatos que arreglé en mi niñez? ¿Qué quedó de aquel trabajo que tantas horas llenó en mi vida? Todos esos zapatos que acaricié con mimo, que envidié a veces, o que odié otras se desvanecieron en el pasado. Mi presente estaba lejos del frío, del hambre... mi presente es feliz.



A papa. Victorino Majada =)




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